Si eres lector habitual de nuestro blog, seguro que recordarás el artículo sobre la “Iniciativa 2045” en donde tratábamos el tema de la inmortalidad virtual que aborda el transhumanismo en ese camino (de momento inalcanzable) hacia la vida eterna. Hoy, con este nuevo post, trataremos de ahondar en qué es exactamente este movimiento y qué persigue.
Si bien campos como el de la biotecnología estudian cómo mejorar el envejecimiento celular, el transhumanismo en sí es considerado un movimiento cultural que estudia cómo corregir aspectos de la condición humana que nos afectan de manera negativa… incluida la muerte.
Centrándonos en ese punto, existen varios proyectos en marcha tratando de clonar nuestro cerebro y sus pensamientos para que, aunque no conservemos nuestro cuerpo físico, el resto de nuestro ser sí pueda existir para siempre. Pero, ¿será posible de verdad vivir más allá de nuestro ciclo biológico haciendo uso tan solo de la ciencia?
LifeNaut se encuentra ya creando robots que puedan reproducir los comportamientos del cerebro clonado y Calico, una iniciativa de Google, procura ralentizar el envejecimiento extendiendo nuestra esperanza de vida. Y es que, un estudio de la universidad de Stanford, afirma que los clones de mentes son posibles incluso a través de perfiles en redes sociales, existiendo diferentes empresas interesadas en subir “personalidades” a la red. Es más, la londinense Lean Mean Fighting Machine ha creado un software que analiza nuestra cuenta de Twitter ¡siendo capaz de imitarla tras nuestra muerte!
Según los pensadores transhumanistas (que estudian los posibles beneficios y peligros de las nuevas tecnologías) los seres humanos podremos llegar a transformarnos en seres con extensas capacidades, convirtiéndonos en “posthumanos”.
De hecho, el genetista británico J. B. S. Haldane fue quien planteó por primera vez en 1923 en su ensayo “dédalo e Ícaro: La ciencia y el futuro”, las ideas fundamentales del transhumanismo prediciendo que los grandes beneficios provendrían de la aplicación de las ciencias avanzadas a la biología humana.
Se plantea, pues, un dilema ético: ¿Debe entonces el ser humano utilizar la ciencia para conseguir cualquier cosa que se proponga o hay que poner un límite que no debería sobrepasar bajo ningún concepto?